Apuntes en torno a la mujer en la rumba desde una perspectiva de género

Por José Omar Arteaga Echevarria

El género como constructo social. Diferencia de roles

Género es un vocablo específico surgido de las ciencias sociales que esboza el conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres.[1] Puede considerarse entonces el género como una categoría relacional y a su vez una clasificación de los sujetos en grupos identitarios que los diferencia atendiendo a roles diferentes.

En cuanto a los roles de género, la Organización Mundial de la Salud (OMG) refiere que son roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres.

El género es una construcción social, no constituye una separación de roles natural e innata de la condición biológica de los seres humanos. La tendencia es la estratificación de “lo femenino” y “lo masculino” a partir de una realidad naturalizada por la construcción cultural y social, que además trae consigo el empoderamiento de un género sobre otro. El género, así como la vivencia del cuerpo, es una forma social correspondiente a una visión del mundo que logra una justificación de la diferencia socialmente construida entre los sexos.

Danza y mujer. Relaciones de poder entre los géneros

La visión falocéntrica establecida en las sociedades antiguas trajo consigo la división sexual del trabajo. Estableciendo una interrelación mujer-cuerpo-danza y analizándola a la luz de los conceptos de género y poder, (presentes en la sociedad), se puede hacer referencia a la riqueza de la danza en cuanto a su dimensión corporal y simbólica, que escapan al discurso lineal, pero muestran el fenómeno de la estratificación en la práctica misma.

Desde las sociedades antiguas se ha dado la identificación danza-mujer en tres aristas principales referida a la adjudicación de valores y circunstancias comunes. La primera referida al rito, la fecundidad de lo femenino. Las danzas primitivas destacaban los órganos sexuales y las mujeres bailaban alrededor de un hombre u otra figura fálica con estos propósitos de fertilidad. Otra de estas aristas es la ofrenda, la virginidad como atributo, símbolo de inocencia y pulcritud. Las danzas apolíneas eran interpretadas por jóvenes vírgenes que alababan al dios sol. La tercera arista configura a la mujer como objeto de placer, libertina, figura negativizada. Célebres las danzas acrobáticas de las sexoservidoras egipcias o el desenfreno de las dionisíacas griegas.

El ideal romántico reafirmó en la danza un tipo de cuerpo femenino frágil, pálido, etéreo, liviano. Estos mitos fueron arraigándose en torno a la fragilidad y sensualidad de la mujer inferiorizada por las sociedades eurocéntricas, donde el patriarcado estableció claras diferencias entre los sexos.

Inevitablemente está presente la visión sexista que se traduce en las sociedades actuales. Aún en pleno siglo XXI, se manifiesta en los procesos artísticos desde la selección del tipo de producción artística a la que se abocará el sujeto concreto, ya sea hombre o mujer[2].

Danzas populares y folklóricas cubanas, roles de género establecidos

Cuba, con su acervo de tradiciones y saberes, cuenta con un numeroso grupo costumbres heredadas de las religiones o surgidas de las capas sociales que se han quedado en el imaginario colectivo del cubano. La mujer es puesta generalmente como objeto sexual, ya sea como fuente de esa sensualidad y desbordamiento lascivo o deseo. Muy pocas veces se ven roles femeninos asociados al poder, por ejemplo:

-En la Santería o Regla de Ocha la mujer no toca los tambores batá, no puede ocupar el cargo equivalente al babalawo (aunque hay unas pocas que lo han logrado).

-La religión Abakuá es solo de hombres.

-La mujer es impura, reveló el secreto, menstrúa como castigo.

En cuanto a los bailes populares, se ha heredado la tradición del cortejo y el jugueteo hombre-mujer con un carácter sexual, esto proviene fundamentalmente de ritos religiosos y de la imitación o mímesis del cortejo de algunos animales.

El hombre persigue a la mujer, esta se escabulle, coquetea e intenta escapar, se cubre impidiendo la penetración, el dominio del macho, de lo masculino que siempre ocupa un rol preponderante en estas relaciones de poder.

La mujer es mal vista si transgrede estor roles, si es ella quien domina al hombre, si toma el control, si ejecuta movimientos o dinámicas que están establecidas “solo para hombres”. Esto muchas veces acarrea una violencia abiertamente explícita que se puede tornar verbal o física con tal de dejar bien claro las relaciones de poder en este tipo de tradiciones construidas a partir de un machismo profundamente enraizado y base de estos mitos que desplazan a la figura femenina hacia un plano sexualizado, sin otorgarle un verdadero valor igualitario.

Compañía Rakatán. Foto Nika Kramer.

La rumba como expresión popular. Variantes y características fundamentales analizadas desde un enfoque género

La rumba es un género músico-danzario cubano que surge en un período de consolidación de los rasgos distintivos de la nación cubana (segunda mitad del siglo XIX). Constituye una parte importante de la cultura popular tradicional y una muestra del proceso de sincretización entre las culturas africana e hispánica. Es también una expresión oriunda de ese sentir de los hombres y mujeres nacidos en esta Isla, es un ejemplo fiel de mezcla de diversas culturas que conforman el ajiaco[3] cubano.

Su surgimiento pudiera situarse durante el colonialismo español, cuando la Isla asistía a los años de la producción azucarera como reglón fundamental de la economía. La rumba pudiera considerarse como una mezcla resultante del flamenco traído a Cuba por los españoles y los ritmos africanos que trajeron los esclavos, quienes, a su vez, pertenecían a distintas etnias africanas como la ganga, la Arará, la Lucumí y la Gangá-bantú.[4]

En su origen la rumba fue un baile y canto producido en zonas urbanas o rurales. Su ambiente fundamental fue el de los barrios suburbanos, el solar, el café o los sitios habituales de reunión, donde se arma una rumba o fiesta de manera espontánea. Fue creada por el negro humilde para su diversión, como esparcimiento, y olvidarse por un tiempo de los problemas sociales y raciales que le afectaban en su vida cotidiana. [5]

Entre las variantes más conocidas de la rumba están el Yambú, el Guaguancó, la Columbia y como una fase superior a esta última la Jiribilla.

El Yambú es una de las vertientes más antiguas, pues se ha constatado en crónicas de finales del siglo XIX, descripciones de esta expresión musical y danzaria. En cuanto al canto es más sencillo que en le guaguancó, y el toque marca un ritmo más acompasado al igual que el baile (de parejas sueltas) que se ejecuta rítmicamente. Hay un lucimiento de la figura femenina, pues muestra su virtuosismo y ademanes al bailar, es necesario destacar que, en el caso del Yambú, el hombre no “vacuna”, o sea, que no intenta dominar a la mujer, se muestran como iguales, en algunos casos privilegiando a la fémina. Esto en la práctica queda muchas veces solapado por los ademanes o gestos donde el hombre pasa el brazo por encima, pone un pañuelo en el cuello de la mujer, un sombrero u otro símbolo que puede significar posesión.

El Guaguancó, con un ritmo más acelerado, muestra una forma más compleja en cuanto a canto y toque, en el baile se aprecian las dinámicas de cortejo entre el hombre y la mujer. En este caso el “vacunado” (gesto que simula la penetración del hombre hacia la mujer, ya sea pélvico, con otra parte del cuerpo o un objeto) marca la relación de poder masculina que se ejerce sobre la femenina que debe estarse cuidando constantemente de ser asaltada. Aquí se marcan claras diferencias, poniendo al macho por encima de la hembra como figura dominante. Las rumbas miméticas estratifican los roles. La mujer lava, barre y hace ademanes hogareños que han sido puestos sobre la figura femenina.

La Columbia, llamada así por la localidad donde surgió, es la expresión de la rumba más acelerada con características similares al Guaguancó. En cuanto al baile está concebido solo para hombres y se establece una disputa entre el bailador (o bailarín) y el quinto (tambor del conjunto instrumental que marca el ritmo) donde el quinto marca un ritmo y el ejecutante lo imita co movimientos o viceversa. Este baile marca una hegemonía de lo masculino y una supuesta lucha entre iguales (bailador-macho, tambor-macho) por la supremacía.

Como una etapa superior de la Columbia está la Jiribilla, el tempo se acelera, los movimientos se vuelven más intensos, acrobáticos y violentos. En este caso los roles de género cambian al enfrentarse dos figuras simbólicamente masculinas. La exhibición de destrezas, el jugueteo con cuchillos, machetes, botellas, fuego, entre otros elementos, marca una diferencia entre lo fuerte y lo débil, lo arriesgado como señal de fuerza, superioridad. Entre los mismos danzantes existe la rivalidad. La lucha por el poder, el que tiene más destrezas físicas que se erige como líder, imputando ofensas al contrario relacionándolo con lo débil.

Rakatán, dirección Nilda Guerra. Foto Nika Kramer.

Rumberos y rumberas, ¿Quiénes hacen la rumba?

Una mirada retrospectiva al panorama cubano de la rumba apunta a los rumberos, bailadores y percusionistas que han sido el sostén de este arte que influyó en la música de diversas partes del mundo como el Jazz, el Rag y otros ritmos afroamericanos que se colaron en la sociedad cubana de la pseudorepública. Los nombres masculinos están por doquier como los portadores de este arte popular.

Desde Francisco Covarrubias, de quién se decía que era buen bailador y entonaba muy bien la rumba, hasta Arquímides Pous, Sanabria, etc., hasta algunos tocadores famosos como Agustín Gutiérrez, Elías Aróstegui; así como agrupaciones que hicieron época como Los Roncos, Los Rápidos, Los Fiñes…hasta llegar a Chano Pozo, El Pícaro, Alberto Morgan, Tata Güines, Malanga, Los Papines…[6]

Pareciera que las mujeres están destinadas solo al baile y no son capaces de tocar o entonar la rumba. Para romper ese mito en abril de1930 nace Celeste Mendoza, quién comenzó como bailarina y se convirtió en cantante de rumba. Sus presentaciones comenzaron en el Cabaret Sierra, después en el Alí Bar y la cúspide de su carrera fue en el Capri, donde fuera bautizada como “La Reina del Guaguancó”, además de sus incursiones en el cine que le dieron reconocimiento a nivel internacional. Entre sus éxitos musicales están: “Soy tan feliz”, “Que me castigue dios”, “No la lloren”, “Mayeya”, “Papá Oggún”. A esta mujer se le atribuye el mérito de llevar al cine la rumba desde el canto, entonando prodigiosamente estos ritmos con su voz potente y melodiosa, dio al género un rostro de mujer. Aunque una contraparte más tradicionalista hace referencia a una manera de comercializar la rumba, de alejarla de sus orígenes humildes y de su verdadero sentido, lo cierto es que esta expresión que trascendió los estratos sociales y subió en la escala de transvaloración cultural.

Otra figura femenina que se destacó en este arte fue Nieves Fresneda, cantante, bailarina y profesora del Conjunto Folclórico Nacional. Colaboró y ofreció información a Fernando Ortiz, Lidia Cabrera y otros investigadores. Cultivó en su amplio conocimiento del folclore la rumba, así como los cantos y bailes, y contribuyó a su enseñanza y difusión.

Las rumberas del cine. Rumba comercial y comercio de la rumba. Construcción de un cliché

Una presencia fuerte, que mediatizó la rumba (y no precisamente para bien) fue la mujer en el cine de los años 20 al 40 del pasado siglo. Las grandes productoras cinematográficas de México y Argentina principalmente, fueron las difusoras a niveles internacionales de una nueva manera de concebir el género, así surge la “Rumba Teatral”, como una pseudo rumba que se aleja de sus raíces folclóricas originales, dando un sentido totalmente sexualizado y comercial que no responden verdaderamente a estas formas músico- danzarias.

…la rumba fue víctima de la realidad mercantil de esta época, cuando para atraer a los turistas van a gestase nuevas formas falsas de la rumba con una visión deformada y comercial que nada tiene que ver con la autenticidad de este estilo.[7]

Se ponen de moda las rumberas, también llamadas “mamboleras” (palabra proveniente del mambo, ritmo popular que también corrió con esta suerte).

Féminas como Blanquita Amaro, Rosa Carmina, Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, por solo citar las más conocidas, llevaron la rumba desde otras dimensiones al público consumidor de este cine o de los espectáculos de cabaré. Tropicana fue uno de los principales centros nocturnos donde florecieron estas pseudo- danzas.

Eran mujeres esbeltas, de figuras torneadas, físicamente agraciadas que bailaban en trajes muy escuetos y con una larga cola a la cintura que caía arrastrando al suelo. Hacían movimientos de hombros, caderas, ademanes con las manos, pero nada parecido a lo que realmente era la rumba…[8]

Estas damas, fueron las principales promotoras de un cliché de la mujer cubana hipersexualizada y reducida a su figura corporal. Esta visión con un sentido altamente mercantilizado trajo como consecuencia que todavía en algunos lugares del mundo la rumba siga viéndose de una manera errónea, lejana de sus raíces y verdaderas formas, así como la construcción del arquetipo de mujer voluptuosa y dúctil, en las habilidades amatorias.

Compañía Folklórica JJ. Foto Nika Kramer.

La mujer en la rumba del siglo XXI. Difuminando las barreras del género

La rumba cubana, recientemente proclamada Patrimonio Cultural Inmaterial y Patrimonio Cultural de Cuba (2012), cuenta hoy con exponentes femeninas que son virtuosas tocadoras, cantantes y bailarinas de talla internacional que defienden el patrimonio de la nación.

Varios son los espacios con que ellas cuentan para desarrollarse y lucirse en este género músico-dazario. Intérpretes e instrumentistas de todo el país participan en el concurso Mujeres en la Rumba, certamen que sigue la tradición del anterior La rumba no es como ayer y La solución, esta última Premio Cubadisco 2015.

Evidenciar la calidad de las mujeres cubanas en la ejecución de la rumba, así como las potencialidades del mal llamado “sexo débil”, son los propósitos del inédito proyecto.

Integrantes femeninas de diversos grupos musicales, se han convertido en verdaderas cultivadoras de la rumba. Salida de Los Papines, se encuentra Yuliet Abreu “La papina de Cuba” o Ana Pérez salida de Los muñequitos de Matanzas. Desde esta provincia hay que destacar la presencia femenina en este género con la agrupación Afrocuba, una de las más consagradas a la salvaguarda de las tradiciones heredadas del continente africano.

Entre las agrupaciones que constituyen fuertes exponentes de la percusión en el país encontramos a Obiní Batá, primer grupo de mujeres en Cuba- y probablemente el mundo entero- que tocan los tambores batá. Desde la década del 90 del pasado siglo comenzaron a cultivar en su haber musical y danzario los toques y cantos principalmente de los yorubas, teniendo al conjunto de tambores batá como eje central en la percusión. También han transitado por otras zonas como la rumba, que no escaba a la labor de estas mujeres, aunque con la distinción del uso de estos tambores.

Otro fenómeno dado en los últimos tiempos son las mujeres bailadoras de Columbia, que, aunque pocas, desafían los constructos y códigos del baile eminentemente masculino por su destreza, agilidad para manejar cuchillos, machetes, botellas u otros objetos.

Como parte de La fiesta del tambor, festival de percusión que tiene carácter anual, se hacen concursos de baile de columbia separando por categorías femenina y masculina. Esto trae a colación una interrogante: ¿existe una columbia de mujeres y una de hombres?…

La respuesta es que la columbia es una sola, no hay una y otra, no se bifurca en dos vertientes porque originalmente surgió y fue creada por los hombres, lo que no significa que sea privativo de este sexo. Por tanto, no se debe distinguir entre lo femenino o masculino a la hora de premiar en esta categoría que deja bien claro que ambos pueden practicar este baile.

Si es un aspecto lamentable ver al género femenino reproduciendo los pasos, dinámicas y destrezas de los hombres practicantes de esta danza.  Lo realmente valioso que se debe reconocer y premiar es llevar la forma danzaria al terreno de lo femenino, evitando los gestos trillados o francamente toscos que demeritan a la mujer poniéndola en un plano banal y poco estético.

La rumba es de todos, mujeres y hombres

En el siglo XXI los y las hacedores (as) de la rumba buscan ampliar sus horizontes o distinguirse por una sonoridad u otra, incluso incorporando elementos de otros géneros musicales. Lo que ha marcado una constante evolución de este arte popular. Aunque las féminas han ganado terreno en este campo, y de cierta manera se han difuminado algunas barreras, todavía estas prácticas músico- danzarias apuntan a una inferiorización de la mujer, respondiendo a pensamientos patriarcales y falocéntricos arraigados en la cultura popular tradicional. Cierto es que estas han echado la pelea contra actitudes machistas y misóginas, y han conquistado espacios de empoderamiento en la rumba y otras aristas de las religiones y tradiciones que forman parte de nuestro folklore.

Al referirse a la memoria colectiva del pueblo cubano, es necesario tener en cuenta la rumba como patrimonio músico- danzario que se mantiene vivo y en constante desarrollo. Es una cualidad intrínseca de esta sociedad mezclada que se ha conformado en el país, por tanto, todos somos herederos de ella. El que más o el que menos ha bailado, tarareado o marcado la clave de rumba. Desde los más escépticos hasta los que no bailan o los más fiesteros, los religiosos, los humildes y los acomodados, la rumba que es de los estratos más bajos de la sociedad ha sufrido los procesos de transvaloración y ha sido puesta en la escena. El género se inscribe como un baluarte indispensable de cubanía.

Referencias bibliográficas:

[1] Kaplan, Steven (2011). The Routledge Spanish Bilingual Dictionary of Psychology and Psychiatry. Taylor & Francis.

[2] Bartra, Eli (1994). Frida Kahlo. Mujer, ideología, arte. Icaria Editorial. Barcelona, p. 42.

[3] Expresión de Don Fernando Ortiz para referirse a la cultura cubana como una mezcla de varias culturas.

[4] García Contreras, Sarahí. “La rumba sinónimo de cultura cubana”. (2012). Web Radio Rebelde.

[5] Balbuena, Bárbara. La Rumba en Cuba. (2019). Presentación electrónica.

[6] Bianchi, Ciro. Entrevista para el programa. Como me lo contaron ahí va (dedicado a la rumba). Canal Habana. 2016

[7] Balbuena, Bárbara. La Rumba en Cuba. (2019).

[8] Chao, Graciela. Entrevista “Las mujeres en el folclore cubano”. (2019)

En portada: Compañía Folklórica JJ. Foto Nika Kramer.