Configurar la imagen de un país

Por Josefa Quintana Montiel

En 2017 fue publicada por la editorial Letras Cubanas Nueve dramas en presente, antología que agrupa igual número de piezas teatrales de diez autores. Su selección y prólogo se deben al teatrólogo y crítico Omar Valiño, interesado en mostrar un panorama condensado y diverso de realidad escénica cubana de la primera década del siglo XXI.

Considerando los autores aquí agrupados, sus estilos y poéticas, podría cuestionarse la ilación del volumen. Analizando el orden de las obras, que ha desatendido concepciones prestablecidas, podría dudarse de su engranaje. Sin embargo, subyace aquí un poderoso vínculo interno, conseguido gracias a la complementariedad que se establece entre las piezas, donde cada una potencia sucesivamente a la precedente hasta cerrar una especie de círculo infinito. Y sumado a ello, el denominador común: Cuba.

La realidad del país, tamizada por las visiones distintas —mas no distantes— que los autores ofrecen, crea un fresco revelador de cuántas y múltiples maneras ha de enfocarse nuestro devenir.

Detallemos.

Amado del Pino en Espontáneamente mueve los resortes íntimos de sus personajes a través de diálogos concisos que evidencian su preocupación por el habla del cubano y los problemas cotidianos de este. El autor en esta pieza llega a la vulnerabilidad y nos muestra algunas de sus obsesiones personales convertidas en argumento.

Nara Mansur con Chesterfield sofá capitoné consigue uno de sus poemas dramáticos introspectivos, donde vigoriza la intertextualidad y emplea diálogos amalgamados que tienen mucho de flujo de conciencia, como consecuencia de su pesquisa al interior del individuo.

Reinaldo Montero con Áyax y Casandra revisita los cásicos del drama, con notas del policiaco, haciendo gala de una mezcla única de erudición lingüística e impostura argumental y expresiva, y empleando la ironía más acendrada con la que desmantela convencionalismos de toda índole para desmembrar, en tono de farsa, asuntos peliagudos, como el juego del poder.

Yerandy Fleites con La pasión King Lear insiste asimismo en los clásicos, exhorta a volver a ellos en una suerte de metatreatralidad que no escapa, como nada en su obra, a un sustrato rítmico cercano a lo poético que sostiene el ambiente disonante que recrea. También aquí el poder constituye el tema fundamental, y las más variadas intertextualidades funcionan como un juego paródico que pone en jaque convencionalismos éticos y dramáticos.

Carlos Celdrán, en ese monumento que es Diez millones, devela una historia personal, que es la de muchos, y a partir de ella expone también parte de la historia de nuestro país. Conflictos familiares y problemas sociales constantemente asaetean al personaje protagónico, lo traspasan y se verifican en él. Desde un tono intimista, casi confesional, y diluyendo las fronteras entre lo dialógico y lo narrativo, el autor escarba hondo en los intersticios del ser humano y la sociedad. De ahí el poderoso alcance de esta pieza.

Abel González Melo en Mecánica recurre a la tradición ibseniana y a leyes de la física en un compendio eficaz —cual impecable mecanismo de relojería— de técnica dramatúrgica y hondura sicológica y sociológica, para presentar sin máscaras las máscaras de nuestra realidad.

Agnieska Hernández en El deseo Macbeth hace gala de un discurso abierto, desprejuiciado y visceral, que alcanza cotas de ensayo sociológico, con el que disecciona nuestro presente recurriendo también a los clásicos del drama y al juego constante con el receptor a través del teatro dentro del teatro y la autorreferencialidad.

Marcos Díaz/ Rogelio Orizondo con El mal gusto dirigen la mirada a asuntos corrosivos de nuestro presente empleando elementos yuxtapuestos de todo tipo, donde la desfachatez llega a su apoteosis y coexiste, sin embargo, en un trasfondo poético.

Ulises Rodríguez Febles en Criatura de isla consigue un ritmo vertiginoso, trepidante, que alcanza la locura, la alucinación, el delirio, como extensión lógica y fantástica de lo que vivimos día a día, y nos subyuga en una deslumbrante atmósfera lírica para darnos de bruces contra esa gran metáfora que es su obra.

Los autores aquí presentados no son un grupo. Tampoco pertenecen a una generación. No poseen discursos parecidos ni estéticas similares. Sus estilos son diferentes; sus poéticas, diversas… Mas tienen una historia común, una misma realidad que los envuelve, un país que los contiene y habita en su dramaturgia.

Cuba es escenario y punto de confluencia en esta antología. Vista más o menos explícitamente desde varias aristas, es el eje temático donde discurren personajes y existencias múltiples que conforman un mosaico de anécdotas cual evidencia de un tiempo difícil, complejo.

Volver al pasado una y otra vez como ejercicio de memoria, hurgar en el presente y confrontar la vida de una nación que se reinventa día a día para pensar el futuro que queremos devienen preceptos esenciales en cada uno de estos nueve textos.

Sus autores, de probado agarre y sólido oficio, ofrecen obras de temáticas actuales e impactante contenido social con ejemplar cuidado de la expresión y el lenguaje, coherentes con sus particulares escrituras. Son voces que conviven en diálogo permanente entre sí y con su tiempo y testimonian una época.

Antología osada como la que más, controversial tal vez, y vigorosa sin duda, las obras que reúne Nueve dramas en presente ayudan a completar la imagen de un país, mientras van configurando, aun cuando faltan piezas, el rompecabezas de esta isla.